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jueves, 27 de enero de 2011

Día libre en el Juzgado

Me contaba un amiguete policía que consiguió juntar unos días para hacer sus cosillas. No gran cosa, simplemente lo que todos decimos que vamos a hacer cuando logramos librarnos durante varias jornadas de esas cadenas laborales que nos atan al pan. Desconectar. 

Y en esas estaba, dice, cuando recibió una llamada de teléfono de una hoy criticada -quién sabe si mañana lapidada-, pero sobretodo envidiada funcionaria de  oficina. Aquella señorita le informaba de que se acababa de recibir una citación judicial para el día siguiente, fruto de una actuación profesional de mi colega. Y claro, a Su Señoría se la trae al pairo si has decidido disfrutar con los tuyos o con los del vecino de tus días libres, así que no queda otra que acudir a la cita con la Justicia, que para eso es uno servidor público y no cobra sólo con dinero, sino con la enorme satisfacción del deber cumplido. Hágase constar que son tiempos de recortes, tanto en lo uno como en lo otro.

Para colmo, mi colega había juntado también unos eurillos para llevar en esos días su contaminante coche a revisión, por lo que se vio obligado a mezclarse con el común de los mortales y acudir a su ansiada cita en tren. No es para tanto, pensarán ustedes. Y tienen razón, no es para tanto. A no ser de que el personal ferroviario anduviere entonces de huelga, que lo andaba. Menos mal que mi socio vive en una de esas comunidades autónomas en las que dinero no tienen mucho -más bien lo deben-, pero autogobierno todo el que quieran, oigan. Y una red propia de ferrocarriles no es cuestión baladí. Aunque tarde casi el doble que un coche en recorrer sesenta kilómetros y el precio del billete sea el equivalente a un cuarto de depósito del entonces añorado turismo y aunque el dichoso trenecito pare hasta en Motilla del Palancar (provincia de Cuenca, para los de la LOGSE). Eso es servicio público y utilizarlo un ejercicio de responsabilidad. Si no tienen más remedio, claro.

Una vez ya en el despacho del Magistrado, el cual, por cierto, no se dignó ni a darle los buenos días al guardia, apenas cinco minutos para responder si “vio usted cómo le propinaba el acusado una bofetada a su esposa o se lo dijo ésta”, y “recuerda usted si la mujer tenía la herida en la oreja izquierda o en la derecha”. Después de contestar objetivamente, el tipo gordo que le ha preguntado le tira su carnet de policía desde el otro lado de la mesa, y digo tira porque es lo que hace literalmente, como si ese carnet fuera cualquier cosa. La secretaria judicial se levanta con mucha más educación que su jefe y se acerca al compareciente con su declaración y un bolígrafo. El agente agradece el gesto de la también criticada funcionaria y por un momento duda, me contaba, en tirarle el bolígrafo a los pies del titular del juzgado de violencia contra la mujer, tal y como había hecho este con su carnet. 

Menos mal que mi amigo es un tipo íntegro, educado, responsable y subordinado y no lo hizo. Porque está feo que un policía hiciera eso, ¿no creen?

miércoles, 19 de enero de 2011

¡Más madera!


Ahora resulta que nos sobra el dinero. Justo ahora, recién empezado el 2011, cuando nuestros líderes habían anunciado a bombo y platillo el presupuesto más austero de la Historia de esta, nuestra España -o lo que queda de ella-, va y se les ocurre contratar a una serie de intérpretes que se encargarán de traducir, en el Senado, del español al español. Casi nada.

Vaya por delante que un servidor no comparte filas con esa panda de exaltados que abogan ahora por volver al año 77 y debatir de nuevo si la Constitución que tenemos tiene la manga muy ancha o no, pero los tiempos que corren -y los que se avecinan aún menos-, no son precisamente de lo mejorcito desde que la Magna se aprobó. Y es que esta misma Constitución que reconoce todas las lenguas habidas (el por haber ya será otra cosa), en nuestra península ibérica, es la misma que establece la obligatoriedad de todos los españolitos, sea cual sea el reino o nación al que su espíritu pertenezca, de conocer el castellano. Y, no sé ustedes, pero yo nunca he conocido a un compatriota que no sea capaz de entender la lengua de Pérez-Reverte. O de Zapatero, que es la misma.

A mí me parece muy bien eso de la pluralidad cultural, sólo faltaría. Y también está de fábula que se represente a cada Comunidad Autónoma en la lengua que allí se habla, cuando más si es en el Senado, que nació con vocación de atender las necesidades de las diecisiete comunidades y las dos ciudades autónomas. Pero es que las necesidades de hoy son precisamente las opuestas, las de reducir gastos, las de ahorrar. Y no las de tirar pasta que no es suya al fuego, como si los euros fueran leños, que es que parece que nos gobierne el mismísimo Groucho Marx, pidiendo más madera para huir hacia adelante, aunque se queme así el tren en el que viajamos todos.

Según algún diputado y algún medio de comunicación (no sé de cuál me fío menos), el show diario del Senado nos cuesta unos doce mil del ala, un par de kilitos de los de siempre. Si tenemos en cuenta que el circo de la Cámara Alta -porque está arriba, no se crean que por importante-, ofrece un par de funciones por semana, eso son veinticuatro mil eurazos semanales, siempre que a algún vascuence, gallego o catalán como uno mismo no le dé por pasearse en su dialéctica por los cerros de Úbeda, que eso encarecería el numerito. Pero como esos cerros están en Jaén y allí no se reconoce, que sí conoce, dialecto oficial alguno, no habrá de qué preocuparse, digo yo.

En fin, más madera, oiga, más madera!!