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domingo, 13 de marzo de 2011

Día libre en el Juzgado (II)

Ya les hablé de mi amigo el policía y dónde invierte el tipo sus días libres, hoy les cuento alguna anécdota más sobre sus raras aficiones. Y es que si volvió a acabar en el juzgado y también como consecuencia de una actuación profesional, esta vez, cuando libraba mi colega era el día de autos, no el día del juicio, que sólo le jodió la mañana.

Resulta que un lunes de marzo de hace hoy tres años a mi socio le tocaba descanso, así que sin prisas, relojes ni móviles bajó el individuo a la calle a por una barra de pan y agua embotellada, según dispuso la jefa, que no es lo mismo que ir a por el periódico del domingo y ojear sus suplementos, sus deportes, su apasionante publicidad, sus películas de a euro o sus espumaderas de diseño, pero los lunes también tienen su atractivo para tener fiesta. Se pueden hacer un montón de cosas. Y si no lo creen, lean, lean.

Ya en la rué, paseaba mi amiguete destino súper con las manos en los bolsos, absorto en su imaginación y pensando en lo grande de su fortuna, que le ha concedido una mañana de invierno soleada en la que la vida pasa como si él fuera un espectador. Y eso es de agradecer, tal y como está el patio. Pero es entonces cuando, sin esperarlo, viene algún pelamangos y le recuerda a uno que es lunes, tengas ya la faena hecha o no. De repente, mi colega escucha gritos, golpes y jaleo vario que le hacen volver la vista atrás -aunque al principio se resistió, confiesa-, y no sabe, por lo que ve, si se está rodando un remake de la leyenda del vaquilla o si es que dos talegueros están pegando un palo en la caja de ahorros de su barrio, que iba a ser eso.

A partir de ahí se jodió la fiesta, amigo. Podría contarles que un policía nunca descansa, que está las 24 horas de servicio, como decía el capitán Furillo en su triste canción, pero nada de eso, oigan. Es que mi colega lleva en la sangre eso de meter las narices donde no le llaman, el instinto le lleva a los follones como a un perro a las longanizas que otrora lo ataron. Y entre polis que vio corriendo pipa en mano, un chorizo huyendo en un viejo Golf robado y otro con un cuchillo jamonero que ni la daga del mismísimo capitán Alatriste, pues algo había que hacer. Así que después de tirar de placa ante una panda de testigos herejes que negaron haber visto nada como san Pedro negó a Cristo, había que echar una manita en devolver la calma a las princesas de aquel barrio. Le tocó pasar la mañanita libre en comisaría porque habían trincado al maestro jamonero y había que escribir a Su Señoría, que ese no perdona ni los lunes.

Y es ahora, tres años después, cuando Su Señoría le había contestado. Que se le esperaba en el juzgado tal, a las diez de la mañana. Mi socio el día del juicio tenía turno de tarde, así que tampoco le supuso gran trastoque sacrificar su mañana. Tenía pensado ir al gimnasio, dice (a otros les da por chupar candados, oigan), pero qué remedio.

El tema está en que una vez en el juzgado, la cosa va retrasada y habrá que esperar. Bueno. Llega el taleguero al que se le arrebató el cuchillo por su propio pie y con su peine en el bolsillo de atrás y el nota pregunta que si hay para mucho. Se cansa de esperar y se pira. Del que se dio a la fuga con el Golf robado, nunca más se supo. Al cabo, nos llaman. El taleguero que no aparece. Su abogado lo llama y el kinki contesta que se ha marchado a hacer fotocopias. Llega cuando le peta y sin papel alguno bajo el brazo. Bueno. Los dos polis que trincaron al ochentero y al que mi amigo les echó una mano que no aparecen. Bueno. Resulta que uno está enfermo y el otro declarará por videoconferencia. Caramba. Llaman a la dueña del Golf, la que lo aparcó un día y lo encontró quemado en un barrio de los bonitos, que ni está ni aparecería. Bueno. Le toca entrar al ruedo al socio, que se limita a relatar los hechos y contestar a las preguntas, que es su faena. Aunque no esté trabajando tiene que hacer su faena, como todo el mundo. ¿O no?

Pero resulta que con lo que dice el guardia no se puede dictar sentencia, que hay que escuchar a los sabuesos que iban siguiendo la pista de aquellos nostálgicos asaltabancos, lógico. Llega el momento de la videoconferencia, enciende la funcionaria la tele y que no se ve nada. Llama a fulanita, le dice el secretario. Viene fulanita y se enciende la tele, pero al otro lado no había nadie. Sí, una sala de vistas con una rojigualda detrás, pero ningún policía, testigo o persona. Llama el secretario al juzgado de Nosedónde ante la expectación de todos y algo raro le dicen, porque pasa el teléfono al juez. Éste le dice a su interlocutor que dará parte al presidente del Tesejota -o eso es lo que mi amigo entendió-, que si no hay personal en el juzgado no es culpa suya, que a ver quién era él para decirle a un testigo que se marchara a casa porque nadie le iba a encender la tele allí. Que eso es lo que pasó, por lo visto.

Y ante este cúmulo de despropósitos Su Señoría resuelve, enfadado, aplazar la vista. Para pasado mañana, jueves, dice. A la fiscal le va bien, dice que no tiene nada. Caramba, no tiene nada un jueves. A la letrada de la acusación particular no le va bien, porque tiene algo y no sabe a qué hora, lo mismo que al alivio del choro, que también tiene algo pero no recuerda dónde. El juez dice entonces que el viernes, pero prontito, que a las once es la toma de posesión del presidente de nosequé que fue su mentor y le gustaría asistir. Manda huevos. A todo esto que el chorizo se siente en familia y dice, ni corto ni perezoso que “mi señoría, yo vengo de Gerona y a las nueve me va mal, que  tengo que coger el tren muy pronto”. El jefe le responde que no todos los días es lunes. A todo esto, mi colega ya hace media hora que debía haber entrado a trabajar, así que bocata rápido y a currar, no sea que alguien le acuse de ser funcionario.